Marruecos: el tiempo sobre la arena
BREVE HISTORIA DE ORIENTE PARA VIAJEROSMarruecos: el tiempo sobre la arena
Marruecos siempre nos ha parecido un país lejano y exótico a pesar de su cercanía. Esto resulta sumamente curioso teniendo en cuenta que comparte con la Península Ibérica paralelismos culturales e históricos desde épocas bien remotas. Se trata de dos territorios divididos por el Estrecho de Gibraltar, o como bien decían los antiguos, por las Columnas de Herakles.
Para el resto del mundo mediterráneo y gran parte del Próximo Oriente, se trata, en términos generales del «Occidente», por algo la palabra árabe «Al-magreb» alude al «lugar donde el sol se pone.
Somos los hijos del Poniente, donde el sol se hunde en la tierra, donde termina la tierra conocida para árabes y cristianos durante largos milenios de historia. Es por esto que Marruecos tiene una herencia de folclores y tradiciones compartidas con España y el resto de territorios peninsulares.
Viajar a Marruecos te recuerda un pasado medieval que resuena a Al-Andalus, en el que muchas de las dinastías marroquíes beréberes han extendido su control por el territorio andalusí del mismo modo que pudo hacerlo con las tierras del actual Marruecos nuestro genuino califato cordobés.
La gastronomía, la música y el folclore de los pueblos beréberes bebe de las tradiciones de nuestras costas fenicias y antiguas colonias griegas tanto como lo hacemos nosotros de sus rutas comerciales y sus caravanserais, que conectaban tejidos, colores y sabores de todo el mundo conocido, tanto como lo hacían los barcos mediterráneos.
El Mediterráneo y todo lo que lo rodea es, en sí mismo, un maravilloso ecosistema que ha sabido compartir pueblos, supersticiones y creencias, mezclarlas y acompasarlas al gusto de unas etnias y otras. Nuestro Mediterráneo ha conectado durante milenios el «Occidente» con el «Oriente».
Por debajo de este pequeño mar de sinergias comerciales y culturales perfectas, encontramos otro océano que ha interrelacionado de forma continua el África negra, el Próximo y el Lejano Oriente y el mundo europeo. No me refiero a un mar de agua, si no de arena: el desierto rojo del Sáhara.
Una inmensidad en iridiscencia dorada y cobriza te sobrecoge al atardecer en las dunas de Erg Chebbi y Erg Chigaga. La inconmensurable inmensidad de ese seco océano prehistórico, lleno de fósiles y de silencio, sobrecoge al viajero. No puedes viajar al desierto del Sáhara sólo una vez, es algo imposible. La arena roja del atardecer, suspendida en el viento, como viajera incansable, te canta sobre tiempos remotos, y te seduce para siempre.
Las carreteras desde la ciudad roja de Marrakech, cruzando las altas montañas de la cordillera del Atlas se encauzan hacia los valles del Dra y el Dadés. Después, las montañas nevadas y las áridas gargantas de piedra se abren a los paraísos de palmerales. La ruta de las Mil Kasbas y el Valle de las Rosas te sirven de antesala y previenen del calor seco del desierto. La última etapa de nuestro colorido camino acaba en el océano dorado del Sáhara, entre Merzouga y Erfoud.
En el desierto el tiempo se detiene a tomar el té y espera paciente la llegada de la oscuridad nocturna. Te invito, cuando vayas, a que hagas lo mismo. Siéntate sobre las dunas y espera a que el cielo se encienda. La vía láctea se derrama sobre la bóveda celestial como en un sueño inaudito. No te lo pierdas.
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